FacebookTwitterYouTube
Lydia Raquel Pistagnesi




Viajar por el espacio, libre como el viento hasta que el sonido de una música angelical vuelve mi espíritu a la realidad, tengo que regresar a la tierra para refugiarme en mi nuevo hogar.

Ha llegado el momento esperado, mi llanto y los brazos tiernos de mi madre acunándome en su seno, a mí alrededor voces queridas que festejan gozosos mi llegada.

Es el día 29 de julio de 1953, la ciudad, Bahía Blanca.

Después crecer en un hogar maravilloso, tener por papá a un ser especial que logró hacer de mi infancia, la etapa más feliz de mi vida y hoy a pesar de que nos separa la barrera infranqueable del misterio, lo conservo a mi lado como una flama mágica que me indica el camino a seguir; su lema: “Honradez y Dignidad”.

Mi madre, esa mujer recta y bella, haciéndonos cumplir con todas nuestras obligaciones. Mis hermanos y ese pueblito pincelado con los tonos de verde. Su arroyo, Sauce Chico, sus sierras de la Ventana, la vieja estación de ferrocarril (Chasicó y su magia), con aquel pino centenario, donde en el estío, en horas de siesta, papá nos sentaba para leernos a Almafuerte , Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Cronning, Alfonsina Storni y tantos otros escritores que llegaron a mí, despertando aún más mi amor por las letras.

La escuelita rural donde el sonido de la campana atraía a todos los niños del lugar, a pie, a caballo o en lujosos vehículos, (En ese recinto éramos todos iguales).

Mi vida transcurría entre risas y juegos, hasta que una tarde, papá anunció: -Familia me trasladan a Buenos Aires.

Recuerdo que cuando partimos de Chasicó, pegué la ñata al vidrio (Como dice el tango), mientras las lágrimas mojaban la ventanilla del tren.

Después, el colegio secundario y el primer amor acompañando del adiós definitivo de mi padre. -Aquí se termina mi mundo -pensé, pero la vida continúa y con ella los sucesivos cambios. Me casé y la vida me regaló un hijo hermoso, hoy hombre.

Me dediqué a compartir mis obligaciones con la poesía y comprendí que ella es un préstamo de finitud, una zona de riesgo sagrado que nos comunica con el mundo y su sensibilidad, pero recién apareció mi primer libro, cuando perdí a mi compañero.

Fue como un homenaje, una asignatura pendiente para quien tanto me había pedido la edición del mismo; así que Poemas en Azul nació para ser el primero y el único, no permití correcciones y esos 5.000 libros desaparecieron en menos de seis meses.

Después nació “Azul de Adiós”, (en homenaje a mi madre)

Más tarde le siguieron Cenizas de Abril, En el nombre del Ángel y mi primera novela histórica “A la sombra de la Gloria”, alentada por una gran mujer, ícono de las letras en toda América y creadora de la revista “Letras de Buenos Aires” que salió al mundo durante 22 años. Esa mujer que partió de gira hace casi siete años, la escritora, conferencista, poeta, Sra. Victoria Pueyrredón, fue mi ángel abriéndome las puertas de un mundo fantástico e impulsándome a continuar mis estudios de letras.

Así comencé a viajar por el mundo llevando mis creaciones.

Después nació Duendes de la Lluvia, mi libro dedicado a los bajitos y por último Destino de Gorrión, Prosa poética, cuentos, poesía y pensamientos.

El camino no fue fácil, aún queda mucho por recorrer, pero es maravilloso regalar palabras para que el viento las lleve a distintos lugares del planeta sintiendo así el amor de los lectores, eso, aunque les parezca mentira es lo más importante. Todo aquel que escribe desde el desgarro, dejando a la vista los sentimientos, sin tratar de buscar palabras difíciles se adentra en la gente, pues sus problemas se mimetizan y siente como suyo ese mensaje.

Hoy dentro de esta difícil realidad mundial, la palabra se hace luz, apuntala el amor, la compasión y la ternura y crea un oasis en el corazón de los lectores


Lydia Raquel Pistagnesi


Foto: Ana Patiño, artista plástica y Lydia Raquel Pistagnesi.

 Volver a Bibliopeque
Ir Arriba